LAS EMOCIONES EN LOS EVANGELIOS. INDICE e INTRODUCCIÓN. Reflexión primera.

LAS EMOCIONES EN LOS EVANGELIOS
Juan Luis Ríos Mitchell Zaragoza
2012                   PRIMERA ENTREGA


Título: Las Emociones en los Evangelios Autor: Juan Luis Ríos Mitchell Zaragoza: 21 de mayo de 2012 Depósito Legal: Z-1274-2012

            Introducción

            1  Las Emociones en los cuatro Evangelios 

            2  Comentario
  1. El Miedo 
  2. El Amor
    La Tristeza 
  3. La Alegría
    La Rabia
    La Hipocresía 
  4. El Odio
    El Escándalo 
  5. El Perdón
    La Humildad 
  6. La Compasión 
  7. La Vergüenza 
  8. La Envidia 

  9. 3  Bibliografía
INTRODUCCIÓN
Al iniciar este trabajo, ya casi quince años atrás, pretendía analizar el tratamiento de las emociones en el desarrollo de la religiosidad teniendo sólo como base los cuatro evangelios.
Emociones y sentimientos se confunden a veces en el lenguaje ordinario si bien tienen un matiz que las diferencia. Las emociones son impulsos que surgen de modo inconsciente como reacción a algún acontecimiento íntimo o del entorno y sólo una vez reconocidas pueden ser controladas, aceptadas o reprimidas, mientras que los sentimientos son más bien estados habituales de la persona. Así, por ejemplo, podemos decir que una persona tiene miedo porque ha ocurrido algo que se lo ha producido y decimos que ese miedo es una emoción. Pero también podemos hablar de una persona miedosa, timorata, cuando la mayoría de las situaciones las interpreta por el miedo, sin que haya ocurrido nada especial, y entonces decimos que esa persona vive con el sentimiento del miedo. Por lo demás, aparte de alguna otra consideración que no viene al caso aquí, emoción y sentimiento se podrían confundir.
El tema de las emociones se presenta en la psicología actual como uno de los más importantes para desentrañar el comportamiento de las personas. Incluso decimos que la personalidad va formándose, además de por los rasgos vitales innatos, entre normas, razonamientos y decisiones, por ellas. De hecho, siempre que se va a tomar una decisión o a hacer algo surge una emoción que matiza esa acción o decisión, que la potencia o la paraliza. Porque las emociones pueden ser consideradas bajo un aspecto positivo, natural, humanizador o, por el contrario, negativo, inadecuado, deshumanizante.
He elegido, de acuerdo con criterios de la Psicología Humanista cinco emociones que podrían servir de base para todas las demás. El miedo, el amor, la tristeza, la alegría y la rabia. Si estas emociones surgen de modo natural, innato y prácticamente del mismo modo en todos los seres humanos cuando ocurre algo, es decir, si aparecen en presencia de una situación muy concreta, ante algo que ocurre en presencia del sujeto y si su duración e intensidad van en consonancia con el acontecimiento, entonces decimos que son unas emociones sanas es decir, cumplen una función satisfactoria o protectora de la persona. Si, por el contrario, surgen cuando el acontecimiento que las provoca ya no está presente, pasó hace tiempo, o cuando su intensidad o duración no se ajustan a lo que ocurre, o cuando a la persona le surge un tipo de emoción que no se produce en nadie más, debemos pensar que algo no está bien ajustado en la vida emocional de esa persona.
Como aquí no se pretende hacer un tratado de psicología de las emociones, no entro en la explicación teórica extensa de la que en la bibliografía se podrá encontrar una breve pero suficiente información.
Tampoco los evangelios son tratados de psicología, de modo que. en ellos, las emociones no se tratan como tales, sino que sólo se citan.
Pero el evangelio, además de ser un texto literario, es un documento que recoge la Buena Noticia de Jesús por lo que sospechamos que también esta alcanza a las emociones. También del análisis de las emociones podemos extraer una dimensión religiosa. Pues bien, los evangelios son una sucesión de acciones de Jesús, de los apóstoles, de los sacerdotes, de los fariseos y levitas, de los romanos y del resto de la gente, por lo que las emociones se manifiestan en muchas ocasiones y se intuyen en otras. Aquí sólo atenderé a las emociones citadas explícitamente, si bien es posible que en ciertos pasajes, excepcionalmente, he podido suponer más que leer textualmente.
En los evangelios, como en otros textos, el relato de una emoción va ligado, nos lleva a otras emociones que podríamos considerar complementarias, formando como una galaxia de emociones y que caen bajo el paraguas de la principal. En el capítulo primero se especifican.
En el segundo capítulo se reflexiona sobre estas emociones bajo una perspectiva religiosa.
Para el presente trabajo se han tomado y comparado las traducciones de: Sagrada Biblia. (N)
Eloíno Nacar y Alberto Colunga. BAC. Madrid. 1962. Biblia de Jerusalén. (J)
Desclée de Brouwer. Bruxelles. 1967. Nueva Biblia Española. (E)
Luis Alonso Schökel y Juan Mateos. Cristiandad. Madrid.1975. La Biblia Interconfesional. Nuevo Testamento. (I)
BAC-EDICABI-SBU. Madrid. 1978.
Por fin, en el Fichero de Citas se pueden encontrar ordenadas por temas las citas más significativas. 

EL RECURSO A LA NATURALEZA EN LOS LIBROS SAPIENCIALES. INDICE e INTRODUCCIÓN. Reflexión primera.

EL RECURSO A
LA NATURALEZA EN LOS LIBROS SAPIENCIALES

Juan Luis Ríos Mitchell Zaragoza 2013
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Título: El recurso a la Naturaleza en los Libros Sapienciales Autor: Juan Luis Ríos Mitchell  Zaragoza: 13 de mayo de 2013   Nº de Depósito Legal: Z-897-2013
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                                 PRIMERA ENTREGA
Introducción
          I  Todos los elementos de la naturaleza ordenados alfabéticamente 
          Flora
          Fauna
          La Naturaleza
          El campo y sus labores Varios 
          II  Índice alfabético de los elementos con sus citas 
          III  Síntesis de las atribuciones de los elementos de la naturaleza 
          con carácter didáctico y religioso 
          IV  Reflexiones sobre los textos seleccionados 


INTRODUCCIÓN
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La presente “guía de campo” está dirigida a todos aquellos que por vocación o dedicación o satisfacción personal viven conscientes de la naturaleza y en ella descubren la supervivencia del hombre en un entorno vivo y con sentido, en este caso bíblico.
Los textos bíblicos no se leen como si se trataran de una novela o de un documento histórico. Encontramos descripciones naturales y motivaciones morales pero, de cualquier modo, constituyen una fuente de datos para que cada uno los aplique según sus propias necesidades vitales o intelectuales.
Como veremos, un mismo texto nos brinda informaciones al menos en tres niveles distintos, el del lenguaje vulgar, el del lenguaje literario y el del lenguaje religioso.
Para este trabajo inicial me limitaré a los libros considerados sapienciales, a saber, el libro de los Proverbios (Prov), el Eclesiastés (Ecl o Qoh), el libro de la Sabiduría (Sab), el Eclesiástico (Eclo o Sir) y Job (Job). Aunque también los incluyo como tales, pues así están en la Biblia de Nácar-Colunga que tenemos como referencia, hay dos que la nueva versión de la Biblia de Jerusalén los considera como líricos, o poéticos, a saber: los Salmos (Ps) y el Cantar de los Cantares (Cant). Esto significa que queda como un tema abierto para completar en sucesivos intentos. Basten, como modelo, las citas que aquí se presentan que sólo tienen en común para haber sido elegidas el estar agrupadas bibliográficamente bajo el epígrafe de “sapienciales”.
Los Salmos, anteriores al s. IV a. C., utilizan la naturaleza como vehículo de alabanza al Creador, a veces en un entorno moralizante.
El libro de los Proverbios es una colección de textos de sentido didáctico, y por lo tanto moralizador, que aparece entre los siglos V y IV a. C.
El libro de Job, probablemente de los siglos V-IV a. C., también refleja la naturaleza con carácter didáctico, a veces irónico, negativo y rebelde, pero siempre muy humano.
El Cantar de los Cantares, escrito según parece en el s. IV a. C., maravillosamente poético, no es moralizante y recurre a la naturaleza como lugar de expresión metafórica del amor.
El Eclesiastés aparece a mediados del s. III a. C., con una fuerte carga de pesimismo y determinismo que se superan por la alegría interior. De ahí que sus referencias a la naturaleza se centren en la línea moralizante de la búsqueda de la paz interior.
El Eclesiástico, escrito en el s. II a. C., utiliza los temas naturales en un tono generalmente moralizante y pocas veces descriptivo.
El libro de la Sabiduría, del s. I a. C., es, fundamentalmente, moralista.
Con todo, no se puede extraer una tónica clara que relacione el tratamiento dado a los temas de la naturaleza de acuerdo, por ejemplo, con la época en que fueron escritos. El recurso a la naturaleza es común a todos los pueblos de cualquier época. Y es evidente el gran conocimiento que todos ellos tienen de los fenómenos naturales, no tanto en su explicación científica, que no viene al caso, como en su apariencia, en sus múltiples manifestaciones, en las relaciones de unos con otros y en los efectos que produce, buenos o malos, para el campo o para el hombre. Este recurso se hace moralizante cuando se le quiere dar un sentido que permita al hombre sobrevivir en la naturaleza humanizándose progresivamente. Es lo que ocurre en general con los textos bíblicos que, por fidelidad a Dios, quieren en el hombre un modo de comportamiento acorde con la fe que los une. Por el contrario, en las raras excepciones en las que el autor contempla la naturaleza como algo bello en sí y no utilitario o didáctico, el recurso a la naturaleza se convierte en poesía, en vehículo de sentimientos.
LENGUAJE ORDINARIO (POPULAR)
El texto bíblico utiliza el lenguaje que hablan los coetáneos de los autores. Es un lenguaje directo, popular, con expresiones tópicas y temas cercanos a la gente, con recurso a animales, vegetales, a trabajos artesanos y del campo, a eventos atmosféricos, y a alguna referencia histórica, que la gente podía conocer.
LENGUAJE METAFÓRICO (LITERARIO)
Pero, a la vez, ese mismo lenguaje se supera utilizando las mismas expresiones poéticamente y como comparaciones y como metáforas, lo que sitúa al texto en un nivel literario que, en muchas ocasiones, será necesario que alguien, más entendido, explique. Sin embargo, decir por ejemplo que el hombre es como un junco que se balancea según de dónde venga el aire, es una comparación que todos pueden entender. Y como este ejemplo, tantos otros, si bien algunos tienen un contenido más teológico y por ello algo más complejo.
LENGUAJE BÍBLICO (SALVACIÓN)
Superando aún este segundo nivel, llegamos a encontrar un tercero que aplica el lenguaje literario a la realidad espiritual del hombre en relación muy frecuentemente con Dios, pero también con los demás seres humanos. Esta aplicación religiosa y espiritual, porque a veces se refiere al carácter, a la personalidad, a las emociones, a las relaciones interpersonales, a la relación con Dios, etc., requiere mayor detenimiento y en ocasiones discernimiento e interpretación. Porque, en el ejemplo anterior, decir que el hombre es como un junco que se mueve según el viento, podría interpretarse positivamente explicando que el viento es la imagen de Dios que mueve al hombre por donde quiere y este se debe dejar llevar o, negativamente, diciendo que el hombre que va de aquí allá, que se deja llevar por cualquier impulso, etc., no logrará centrarse ni en Dios ni en nada.
Este lenguaje superior es el que tomamos como lenguaje de salvación, como la palabra que prepara nuestro espíritu para el contacto con la divinidad, con el plan que Dios ofrece al hombre para convivir con los demás. Es, por lo tanto, de algún modo subjetivo, aunque ciertamente apoyado en una larga tradición. Podríamos decir que es un lenguaje religioso, en el amplio sentido del concepto, que nos lleva a la unión con Dios y, de modo inseparable, con los demás.
Sin embargo, es frecuente que el texto incluya una orientación interpretativa.
Aunque agruparé en lo posible la reflexión en torno a cinco campos muy amplios, no significa ello que sean independientes unos de otros sino, más bien, encontraremos entre ellos relaciones múltiples que aquí, por cuestión de método, soslayaré.
Los campos a los que me refiero son:
  1. 1  La flora
  2. 2  La fauna
  3. 3  La naturaleza
  4. 4  El campo y sus labores
  5. 5  V arios
Por último, hay que saber, porque no se explicita aquí al concentrar la investigación en los libros sapienciales del A.T., que los Evangelios, que presentan el proyecto de Dios, el Reino, en la mirada, acciones y vida de Jesús de Nazaret, podrían tratar el tema con una perspectiva muy diferente. De hecho, Jesús y los profetas del A.T. difieren mucho en su visión del Reino. Dejo esta investigación para una segunda parte, si es el caso.
Para este trabajo se han utilizado indistintamente las traducciones de la Biblia de Nácar-Colunga, BAC, Madrid, 1962, su edición revisada de bolsillo de 1976, y la de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bruxelles (Belgium), 1967, de modo que una cita que incluye un término en un versículo puede diferir de una traducción a otra. Sin embargo, la consulta de otras fuentes y ediciones, especialmente de los salmos, puede enriquecer la comprensión de los textos. Por eso, y dada la naturaleza personal y subjetiva de las presentes reflexiones, se espera del lector que aporte su propia subjetividad a la hora de trabajar las citas que se proponen para poder sacar su propio beneficio.
La recogida de datos se comenzó en torno a 1980 buscando un matiz religioso para el crecimiento humano coincidente con el interés por la naturaleza y por la ecología que habíamos iniciado años atrás y, después de unos años de abandono, retomo ahora esta línea de trabajo pensando conseguir el complejo fruto deseado.
Zaragoza 2013. 

La Piedad II. INDICE e INTRODUCCIÓN. Segundo libro de reflexión para cofrades.

LA PIEDAD
II
Meditación con la teología de la Redención de fondo.
JUAN LUIS RÍOS MITCHELL
ZARAGOZA 2016
Título: La Piedad II. Meditación con la teología de la Redención de fondo.
Autor: Juan Luis Ríos Mitchell.

[El presente título es una revisión y remodelación de: Zaragoza 2010. La Piedad II. Breves reflexiones con la teología de la Redención de fondo y la contemplación de algunas imágenes de calvarios. Con el comentario al margen de Jn 4, 20-24. Depósito legal: Z-2234-2010].
Zaragoza octubre de 2012. Depósito legal: Z-1992-2012
Todos los beneficios que se obtengan de este libro se ceden a la Fundación Secretaría de Caridad de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad, de Zaragoza.
ÍNDICE
Introducción
  1. 1  Redención y sinónimos
  2. 2  ¿Por qué necesitamos una Salvación, una Redención?
    ¿Quién nos libera, quién nos redime?¿Cuáles son los resultados?

  3. 3  María
    Espiritualidad mariana en la Cofradía de La Piedad, (Zaragoza)

  4. 4  La Iglesia
    Espiritualidad eclesial en la Cofradía de La Piedad, (Zaragoza): el sentido de Iglesia Espiritualidad social en la Cofradía de La Piedad, (Zaragoza)

Índice de Láminas Bibliografía
Introducción
En el primer volumen, La Piedad. Breves reflexiones acerca del dolor redentor y contemplación de algunas imágenes de Nuestra Señora, traté sobre todo de dar un enfoque social y un poco moralizante al tema de la piedad que el sufrimiento hace brotar. A partir de imágenes de la Virgen sufriente, bajo la advocación de Piedades, Angustias, Dolorosas o Lamentaciones, por la presencia del Hijo muerto en la cruz, hacía un recorrido por lo que la visión y el padecimiento de ese dolor provocaba en ellas y ellas nos transmitían, llegando a la conclusión social que podríamos resumir como en dos reflexiones, a saber, “nunca más hacer sufrir a otro para conseguir un beneficio propio” y “ayudar al que está sufriendo”.
Ahora, en esta segunda parte y siguiendo la línea de brevedad y de sencillez expositiva del anterior, me inclino más a una reflexión que parta de la teología sobre el sentido del sufrimiento redentor de Cristo, que no anula lo expuesto anteriormente, sino que lo confirma y le da su auténtica dimensión. Será el tema de la Redención, íntimamente relacionado con el de la salvación, de la liberación y del perdón. En este caso las imágenes se centrarán más en la figura de Cristo crucificado y en lo que significa la cruz en nuestra cultura occidental, de modo que podemos verla no sólo en las iglesias y museos sino también en las calles, en los cruces de caminos y en las cimas de las montañas. No es un tratado de arte, por lo que las imágenes se ofrecen sin orden cronológico, ni de autor, ni de estilo y con una mínima referencia de su procedencia. Son imágenes que mueven a la contemplación y a la devoción popular. Todas ellas, si no se dice lo contrario, son originales del autor del texto. Se podrían incluir muchas más pues la imaginería popular en este terreno es amplísima, pero, al igual que en el tomo anterior, se ha decidido por una breve muestra de lo que el arte religioso nos ofrece.
Al aportar imágenes introducimos, como se hizo en el tomo de “las piedades”, una dimensión estética, de contemplación de arte “bello” y tendríamos que matizar, porque aquí viene a cuento, la expresión de Dostoievski: “la belleza salvará al mundo”. ¿Hay algo bello en el cuerpo destrozado de Jesús?¿Hay algo bello en el sufrimiento de la gente? Podríamos decir que sí que hay que redimir al mundo por la belleza, pero por la belleza “del gesto, de la inocencia, del sacrificio, del ideal”, frase con la que François Chan termina su libro comentando el cuadro de E. Quarton, “La Piedad de Avignon”, (1455). Póngase esa belleza en la justicia, en la dignidad, en la generosidad, en la solidaridad, en la misericordia, en la nobleza del alma, en el goce del bien. Pásese de la contemplación estética a la acción por la justicia y la misericordia.
Y, así, pasamos de la contemplación artística a la conciencia, a la responsabilidad y a la acción personal, pues ya no vale sólo el templo, lugar primero de residencia del arte sacro sino la fidelidad personal al plan de Dios, como nos narra San Juan al final del “Apocalipsis”. Hablaremos de la Redención como un cambio, una conversión, una vida nueva que Jesús nos ofrece.
“Por tu Santa Cruz nos redimiste”, recitamos en la liturgia de Semana Santa y se nos recuerda constantemente con las imágenes de calvarios y cruces. Es esta dimensión que recoge la primera parte del subtítulo del tomo primero: “Breves reflexiones acerca del dolor redentor...”, la que procuraré desarrollar ahora.
La contemplación de una cruz debe ser, para nosotros, el recuerdo de la trágica muerte de Cristo y, a la vez, de la Buena Noticia de la Redención, de acuerdo con los versos bíblicos anteriores y de su significado explicado en las páginas siguientes: centrados en Dios y volcados en el hombre.
Tratar el tema de Jesús de Nazaret, así como cualquier otro de cualquier otro personaje histórico, requiere hacer un trabajo historiográfico o biográfico, pero Barón, Bultmann, Malet, Meier, citados por J. M. Castillo, nos enseñan que, además de ser un trabajo casi imposible, hay que distinguir entre hacer historia como un científico, por una parte, y mostrar la historia de una convicción, por otra. Así, las siguientes reflexiones van más por el camino de los convencimientos, con lo cual se pueden abrir también hacia perspectivas religiosas, místicas, humanísticas y sociales, conscientemente en el seno del cristianismo aunque otras tradiciones religiosas pudieran darle un matiz diferente, como podemos leer en L. Boff, en Ch. Wackenheim y otros.
Por fin, Jesús nos enseña que a Dios se le encuentra en el hombre, especialmente en el que sufre o es objeto de injusticia, en el que más necesitado está de amor: Deus caritas est. De aquí ha surgido el concepto de caridad, amar al prójimo, ayudar al que sufre y no hacer sufrir maliciosamente a otro, como decíamos anteriormente. Y aquí introducimos la nueva idea: ello es obra de la justicia. Caridad y justicia muestran el amor de Dios.
Pero, ¿cómo puede convertirse, sin más, el sufrimiento en algo redentor? Volveremos a lo mismo: el sufrimiento es algo que la vida conlleva. Desde siempre, teólogos, filósofos, moralistas, escritores, etc., desde las más divergentes posturas así lo confirman. Sufrimiento por la vida misma, sufrimiento por el adverso entorno natural en el que se desarrolla la vida, sufrimiento causado por el propio ser humano con sus injusticias, abusos, afán de poder y de lucro desmedido, errores, etc. Queda evidente y, como tal, obviado en este momento, el poder de Dios para transformar el sufrimiento, el dolor, la pena, el mal sufrido, en gracia. Sin embargo, el conocimiento cristiano actual de Dios es el de un Dios que no quiere el mal, el pecado, el sufrimiento. Hay una reflexión de Rafael Gómez Pérez que yo cuestiono porque pienso que el mero hecho de sufrir no salva a nadie. Debe haber algo más. Para empezar, como dice L. Verzé, así como el enfermo se fía, se pone incondicionalmente en manos de su médico, así el que sufre, para unirse al sacrificio redentor de Cristo, se debe poner en manos de Dios, confiar en Él, como Abraham, sin saber el por qué de ese aparente desatino que le propone Yahvé, (Gn 22,2) Es necesario “armarse” con la oración, con la acción, con los sacramentos, para que el mal, el sufrimiento, no nos supere ni nos aniquile con su fuerza, como dice E. Carrère en su novela “El Reino”. Luego, experimentar y aceptar el dolor siendo inocente para que otro pueda aceptar, dar sentido y superar el suyo ya es abrir un camino a la reconciliación, a la redención. El sufrimiento no hace crecer al hombre, es el hombre quien puede acompañar el sufrimiento con un sentido. Jesús lo hizo y hay también muchos seres humanos que son inocentes y sufren y sufren por otros. Una primera conclusión es que a pesar del sufrimiento se puede encontrar una tabla de salvación. Jesús nos enseña que esa salvación para nosotros es la fe, la entrega absoluta, la confianza plena en el Padre que no nos abandona a pesar de todo, como a Job. En segundo lugar, el dolor nos hace conscientes del mal que nunca debemos infligir a otros y, así, nos podemos ver liberados, redimidos, de esa trágica inclinación a dañar al otro. Jesús presentó la otra mejilla e hizo guardar la espada a Pedro. En tercer lugar, superar el sufrimiento es, también, superarnos, trascendernos, buscar una visión nueva del hombre y del mundo, hacer realidad la hermandad de los hijos de Dios, liberarnos de lo que nos impide desarrollarnos como seres humanos, desprendernos del lastre que no nos deja evolucionar. Jesús


nos redime porque sufre el sufrimiento de los hombres, carga sobre sí el sufrimiento de los hombres y presenta ante al Padre una humanidad sufriente que renuncia al mal. Su sufrimiento, aceptado por el Padre, no es redentor sin más sino porque ofrece a quien se une a Él una vida nueva, liberada del pecado, es decir, de todo aquello que nos separa de Dios y del prójimo, desprendida de las ataduras deshumanizantes y le hace capaz, con fortaleza, de tomar las riendas de la propia vida espiritual, física, mental y social de acuerdo con sus propios criterios. El sufrimiento redentor es signo de esperanza en una humanidad mejor. Esta esperanza no explica el mundo en el que estamos, lo trasciende, pero no nos aparta de él, nos exige vivir en él.
Nos gustaría que no hubiera problemas, que estuviéramos curados de toda enfermedad, injusticia y sufrimiento, pensando que lo que nos alivia el dolor nos protege como en una urna esterilizada. Pero, en realidad, aquello que nos duele, si no nos dejamos abatir, es lo que nos hace estar vivos fuera de la urna, en el mundo, comprendiendo el sufrimiento del mundo, conviviendo con los que sufren y procurando no ser causa del dolor ajeno. Así, la “enfermedad” nos hace crecer.
Pero también tenemos que recordar la liturgia del Pregón Pascual que con gozo canta: “¡Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor!”, texto tomado de Sto. Tomás. Porque si hablamos de no hacer sufrir a nadie, ¿cómo es posible que cantemos el sufrimiento de Jesús, como diciendo, lo hacemos mal pero ya está Él para salvarnos? ¿Acaso no hubiéramos tenido mediador, contacto con Dios, si hubiéramos sido justos? La Redención abre el camino de la liberación del hombre ante Dios, pero tenemos que interpretar a Sto. Tomás con San Pablo en su carta a los Romanos: “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. Es decir, reconocemos el pecado, la injusticia, el mal, la lejanía de Dios, y nos forzamos por remediarlo con la fuerza, la gracia, que Cristo nos transmite. Al pecado, a la muerte, le sucede la resurrección. Sin dejar de vivir aquí, sin esperar a la otra vida, nos lleva a vivir en un estado superior.
Estas son, pues, unas reflexiones que han surgido inicialmente para ofrecerlas al cofrade de La Piedad y ayudarle en sus propias meditaciones. Como en el tomo anterior dedicado a la Virgen, espero del lector la capacidad crítica para aprovechar lo que le parezca oportuno, para pedir explicaciones de aquello que no vea claro y para aportar su propia vivencia. Con esto, cualquiera, aunque no cofrade, puede aprovechar la lectura de estas líneas. Sin embargo, aunque no necesario, para comprender bien las páginas que siguen es importante tener una vivencia de fe. Eso se espera del cofrade y a eso se invita al lector. Nuestra religión es un ejercicio de amor al Padre y al prójimo, que conlleva una moral religiosa y una moral social y, ambas, nos dicen que no podemos ser imparciales sino que tenemos que “mojarnos”: es un acto de adhesión al plan del Reino que Jesús nos desvela. De otro modo, la religión quedaría como una mera superestructura apta para manipular.
A diferencia del tomo anterior, en éste he incluido en los capítulos tercero y cuarto unas breves referencias a la espiritualidad de la Cofradía tomadas de las palabras de los Consiliarios y del Hermano mayor.
Por otra parte, parece estar este documento en sintonía con la convocatoria de este año como Año Jubilar de la Misericordia, dispuesto por el Papa Francisco. 

La Piedad I. INDICE del libro de reflexión para cofrades.

LA PIEDAD I
Breves reflexiones acerca del dolor redentor y contemplación
de algunas imágenes de Nuestra Señora.

Juan Luis Ríos Mitchell Zaragoza
Marzo 2009
Título: La Piedad. Breves reflexiones acerca del dolor redentor y contemplación de algunas imágenes de Nuestra Señora.
Autor: Juan Luis Ríos Mitchell

Depósito Legal: Z-1363-2009
Todos los beneficios que se obtengan de este libro se ceden a la Fundación Secretaría de Caridad de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad, de Zaragoza.


INDICE
  1. 1  Presentación
  2. 2  Introducción. Las advocaciones relacionadas con la Piedad
    1. 2.1.-  Dolores, Dolorosa, Virgen de las Angustias o de las Lágrimas
    2. 2.2.-  Piedad con Dolorosa
    3. 2.3.-  Lamentación, Llanto por Cristo muerto, Pianto o Compianto
    4. 2.4.-  La Piedad
    1. 2.4.1.-  PiedadconNiñoenbrazos
    2. 2.4.2.-  Piedad de ángeles y Piedad de la Trinidad
    1. 2.5.-  Descendimiento
    2. 2.6.-  Santo Entierro
  3. 3  Imágenes de la Piedad
    1. 3.1.-  Imágenes de Vírgenes de la Piedad
    2. 3.2.-  Imágenes de Vírgenes de la Piedad en compañía
    3. 3.3.-  Imágenes de Vírgenes de la Piedad con ángeles
  4. 4  La Dolorosa, las Angustias, la Piedad y la Lamentación: juego de reflexión lingüística
  5. 5  Consideraciones en torno al dolor
  6. 6  Bibliografía
  7. 7  Anexos
    Anexo I Stabat Mater
    Anexo II Sinónimos de las palabras Dolorosa,

    Angustias, Piedad y Lamentación
  8. 8  Índice de Láminas
  9. 9  Notas 
CAPÍTULO 5

Consideraciones en torno al dolor

Una de las enseñanzas de la historia de la humanidad es que resulta ilusorio pensar en la erradicación del dolor, pues, ya sea por problemas derivados de la inestabilidad de la naturaleza, o bien por la enfermedad que constantemente ataca a la vida, por su misma fragilidad, o porque hay personas que no acatan el orden moral establecido, el sufrimiento parece ser una constante para el ser humano, una nota característica de la naturaleza humana. La pérdida, el duelo, la soledad, la enfermedad, la extorsión, la tragedia, el trabajo, el paro, la ruptura, la incomprensión, el fracaso, la incultura, el accidente, la violencia, la pobreza, la indiferencia, el hambre, la desnudez, el abuso, la injusticia y tantas otras realidades de la vida diaria, son los testimonios más efectivos de esta consideración.
De este modo, como no somos capaces de suprimir el dolor ni de mostrarnos indiferentes al menos ante el nuestro, los seres humanos procuramos huir de él para no caer en la desesperación. La leyenda de Leza termina en la desesperación, todo lo contrario de lo que ocurre desde la perspectiva cristiana u occidental, para la que el mal, por muy inevitable que resulte, es un revulsivo que debe llevar a un compromiso para evitarlo. Descartamos aquí los recursos farmacológicos, necesarios, que lo alivian o suprimen, para centrarnos en las secuelas emocionales, psicológicas, morales o sociales que el sufrimiento produce en el que lo padece o en sus allegados. ¿Cómo hacerlo? Caben dos caminos, a  saber, uno, intentar superarlo  recurriendo a diversas técnicas habitualmente basadas en la exposición verbal del sufrimiento sentido. En términos llanos estaríamos diciendo la necesidad de hablar, de comunicar, de sacar a la luz el problema en los corrillos más próximos, de acuerdo con el dicho popular de que angustia hablada angustia que desaparece. Dando un paso más, la terapia psicológica o psiquiátrica, coadyuvan a la superación del dolor.
Pero, otro camino es aquel en el que se reconoce, se admite, se asume y se acepta convivir con el sufrimiento sin dejarse abatir por él. Quizá basado en la filosofía griega clásica, y en las filosofías orientales, este camino lleva a la consideración de la necesidad de saber hacer del dolor algo razonable, es decir, algo que nuestra razón pueda aceptar como normal en la vida, sin recursos mágicos, sin culpas, sin abatimientos y con lo que es necesario convivir. Es el conocimiento profundo de la naturaleza humana y física que, al no atribuir al dolor poderes mágicos, proporciona una serenidad admirable a las personas que lo poseen.Una vez lograda esta sabiduría que consigue dar sentido al sufrimiento, el mundo comienza a verse desde una perspectiva distinta y se puede empezar a utilizar la experiencia dolorosa como punto de partida de un compromiso con el que sufre.
Cuentan que Diógenes el cínico, para mostrar su indiferencia y su falta de miedo al fracaso, al dolor, a la burla, fue sorprendido pidiendo limosna inútil y absurdamente a una estatua. Pero lejos de esta indiferencia se halla la postura de María que se compromete e invita a comprometerse a todos con el sufrimiento redentor de Cristo. El primero afirma, ¡no me importa sufrir, desprecio el dolor!; la segunda, ¡el sufrimiento me lleva a la compasión! Es en esta segunda dirección en la que encajamos las escenas de la Pasión y, en particular, la de la Piedad. Porque, vista la muerte de Cristo como una injusticia, no cabe quedarse en el llanto, aún siendo como es una forma natural de expresar el dolor, sino que se concluye que hay que comprometerse para restablecer la justicia perdida allá donde lo haya sido. 
A veces se interpreta la ascesis, la penitencia, el clásico ayuno y la abstinencia, como una manifestación masoquista. Pero el dolor redentor es justo lo contrario de una necesidad de sufrir, pues busca un impulso para la construcción de una sociedad mejor.  Es el sentido social de la Redención, por el que, una vez redimidos del pecado trágico, o a la vez, nos muestra el camino de la liberación del mal constante.
Los dos caminos no son excluyentes. Por un lado, el lamento muestra la sensibilidad de la persona, su alma, su interioridad, su profundidad emocional. Por otro, la ira, expresada no en agresividad sino en denuncia y compromiso, expresa la convicción de la necesidad de estar con el que sufre, la convicción de que, aunque siempre presente, el dolor es un mal que no debe ser, la convicción de que se puede hacer algo para no causar sufrimiento a los demás, la convicción de que no hay que limitarse a pedir su desaparición sino trabajar para erradicarlo.
En el caso del sufrimiento expresado por la “Mater Dolorosa” hablamos además, siguiendo a Kazo Kitamori, de un dolor con sentido religioso que no se queda en la muerte sino que pone a la vida en su sitio por la Resurrección. La Redención, de la que es partícipe la Virgen, es una muestra de amor expresada por el dolor. Es decir, se convierte la tortura corporal en una emoción que atormenta el alma y que, por eso, mueve a la acción. El dolor cede paso a la esperanza, pero siempre el amor estará unido a la cruz.
El dolor nos sobreviene. La respuesta que damos al dolor es nuestra libertad, nuestra decisión, nuestra voluntad. El dolor no nos obliga. Nuestra respuesta es nuestra responsabilidad. Quedarnos prendidos en el dolor en una queja eterna o trascenderlo en beneficio de la humanidad.
Bajo este prisma, el dolor sufrido en la Pasión, y en la “compasión” de la Virgen, vence, por el amor, el  mal radical del hombre o sea, el pecado, y ya solo queda que el hombre liberado se comprometa para, también por el amor, aliviar el sufrimiento de la humanidad promoviendo la justicia y el amor de Dios. Del suplicio físico se pasa a la acción para evitarlo, si se puede.
Porque el que sufre siempre es el débil, sea cual sea su condición, está a merced de los demás, necesita a alguien que le acompañe en su sufrimiento.
Por eso, el sufrimiento redentor de Cristo y de María es universal y se hace efectivo, por un lado, en aquellos que, con corazón limpio, estén dispuestos al compromiso y, por otro, en aquellos a los que llega su acción. Redención, salvación, espiritual, moral y también corporal, material.
En lugar de rebelarse contra el sufrimiento, que es la respuesta que dan algunos, como algo irreconciliable con Dios, lo más humano es acompañar al doliente, sabiendo que no podemos llegar a saber las razones divinas de su existencia entre los hombres. Es la contradicción que el evangelista pone a nuestra consideración: a pesar del  gozo por la vida que nace, una espada atravesará tu alma. (Lc 2, 34-35). No condenar, sino salvar.
Sin embargo, parece claro para el creyente que, por el sufrimiento, Dios nos mueve a sacar lo mejor de nosotros mismos.
Entonces, la cuestión está en cómo descubrir el sufrimiento de la humanidad, en reconocer en el entorno al que sufre. Para ello se requiere simplemente un cierto grado de sensibilidad pues las causas del dolor son en todos iguales a las de mi dolor, bien que pueda ser diferente su vivencia y su expresión exterior. Sensibilidad a veces difícil de aplicar a los demás, precisamente por lo que ha motivado el dolor, la cerrazón, el egoísmo.
Por fin, hay que añadir a la acción de compromiso y de justicia una dosis de ternura como complemento necesario para humanizar más, si cabe, para que la compasión sea realmente próxima al que sufre. De algún modo, al final se cierra el proceso, se vuelve a la piedad en el sentido que en un principio no se quiso abordar como es la del amor de una madre por su hijo no necesariamente sufriente, a la piedad maternal. Por mucho que se haga, si no se hace por amor o con amor, resulta una acción vacía, como bien nos recuerdan, entre tanos otros, San Mateo, San Juan y San Pablo. La caridad, el amor, es sentir que el otro nos afecta, es implicarnos con el prójimo, es una actitud vital. Incluir la ternura en la acción justa es introducir el sentir, la emoción, el sentimiento, en el frío mundo de lo racional,  del derecho, de la política, de lo laboral. En realidad, es adquirir más capacidad para hacernos sensibles a la realidad y al sufrimiento de los demás, a la investigación y a la lucha contra lo que causa el mal, es dotarnos de un “corazón de carne”, como dice el profeta Ezequiel.
No suele ser muy frecuente este detalle cariñoso en las imágenes habituales, pero queda muy bien representado en la postura de las manos de la Virgen acariciando, una de ellas, la cabeza de Jesús y la otra una de sus manos, en la Piedad de Albreigh. También podemos descubrir , aparte del dolor, un rasgo de ternura en la Piedad que encontramos en San Antonio el Real, en Segovia.
(Fotos 113 y 114)
Por otra parte, solo Cristo, María y los presentes en aquel trágico momento pudieron sufrir física y espiritualmente de modo directo. Para que la Pasión mueva hoy las conciencias no basta con el relato evangélico, literario, casi intelectual, sino que se precisa verla de algún modo, sentirla, sumergirse en ella y el modo más eficaz es plasmarla en el arte, en la pintura, en la escultura, en el drama, en la poesía y  en la música. Así se cumplen las dos funciones, por una parte se ve, se siente, se descubre el sufrimiento, incluso se puede lograr la compasión y, por otra, se sublima, se trasciende, lo que ayuda a huir de la desesperación y a encarnarse por la acción en el mundo de hoy. El arte que revive el dolor da paso a una moral, a una denuncia que tanto ayuda a trascender el dolor de aquellos que sufren hoy y así no quedarnos atenazados por el pesar. Es una ayuda para poder continuar la vida con el compromiso de mejorarla.




Como conclusión, se podrían compendiar estas ideas con las de la Encíclica de Juan Pablo II, Salvifici Doloris, que sintetizo también en estas tres:
1ª Asumir el sufrimiento como algo inseparable de la existencia humana.
2ª Darle sentido para una conversión hacia la justicia y el orden moral.
3ª Salvar al que sufre.