"¡Qué buen vassallo, si oviesse buen sennor!"

Una palabra de reconocimiento y de ánimo, entre tanto desastre

 

Juan Luis Ríos Mitchell

Profesor de Filosofía, jubilado

Zaragoza 2020 octubre

[Cantar de Mío Cid]

 

Los desastres suelen producirse de improviso.

La pandemia que nos asola llegó sin darnos cuenta y parecía que se quedaría sólo unos días, pero no ha sido así.

Una primera solución fue el confinamiento, bien llevado, y se nos dijo que saldríamos mucho mejores después. Mejores personas, mejor socializados, más compasivos, más fuertes, más unidos, más atentos. ¿O en qué otra mejora se pensaba?

Durante la pandemia, ha habido muchas personas que han mostrado un talante fuerte y alegre, intentando animar a los demás.

Ha habido muchas personas contagiadas sin síntomas que han asumido la necesidad de no contagiar a otros y se han apartado.

Ha habido muchas personas contagiadas de modo grave que han tenido que soportar su encierro en hospitales.

Ha habido muchas personas, esta vez de edad avanzada, sin estar contagiadas o estándolo, que han estado recluidas en su residencia o en su habitación de la residencia, solas, sin contacto con su familia durante mucho tiempo y lo han sufrido así.

Ha habido personas, por desgracia demasiadas, que han fallecido por la enfermedad, en ocasiones con una muerte triste, aisladas, sin posibilidad de una última palabra consoladora.

Ha habido muchas personas, la mayoría, que soportamos las mascarillas, la distancia y los geles, como un mal necesario y, de paso, los gritos de algunos empleados de seguridad al exigir su uso.

Ha habido una ingente clase de trabajadores que han soportado ERTES, despidos, cierres y el desastroso, depende en qué sectores, trabajo llamado on-line.

Muchos médicos, enfermeros y enfermeras, personal sanitario, se han entregado sin límite a su labor.

Muchos agentes del orden, guardia civil, policía autonómica y policía municipal, han estado al quite en defensa de los ciudadanos.

Muchos conductores de transportes públicos, trenes, autobuses y taxis no han dejado su trabajo necesario.

Muchos oficinistas de empresas imprescindibles  han atendido las necesidades del momento y buscado soluciones a los problemas, muchos, que la situación creaba. 

Y la mayoría de nosotros, aunque obedientes y cumplidores, nos hemos visto sorprendidos por normativas efímeras, cambiantes, veleidosas y a veces inoperantes. Hemos soportado sin límite los vaivenes, indecisiones, malas decisiones, errores, imprevisiones y respuestas confusas de los gobernantes de turno. Hemos estado dependiendo del capricho de no cumplir las normas de algunos conciudadanos. Hemos aguantado colas en la calle, servicios y consultas médicas no presenciales, peticiones de hora previa para todo. ¿Esta va a ser la normalidad, la realidad futura?

Sin embargo, sabemos que los gobernantes ni son responsables de la pandemia ni sabían cómo resolverla. Pero, luego, no han estado a la altura esperada, se ha descubierto que no había previsiones, se han refugiado en mentiras y han llevado a los ciudadanos de aquí para allá desconcertados, indefensos.

Con todo eso, hoy no se puede negar que los ánimos andan revueltos, con razón y por muchas razones, en muchos sectores de la población.

Así, no es que la pandemia nos haga mejores, es que los ciudadanos de este país ya lo éramos y nos merecemos lo mejor. Los ciudadanos se merecen el aplauso que ya dieron desde sus balcones. Y dejamos aparcados a los pocos antisociales, que los hay y de cualquier edad y que hacen mucho ruido. Pido para ellos una buena educación, aunque sea tarde, como decía hace ya unos años el educador marianista Luis Lagarde: "Haríamos un flaco servicio a la sociedad si le diéramos jóvenes instruidos, (personas de cualquier edad), pero que no saben sacrificar gustos y caprichos a la conciencia y al bien común".

No es que tener paciencia, ser obedientes, estar animados, sublimar las muertes, cumplir con el deber, sea garantía de una mejora o de un cambio social para bien. Pueden ser algo estéril si no abocan, si no se vislumbra, si no se percibe una realidad mejor, más justa, más equilibrada, más tolerante, más inclusiva, más pacífica, más comprometida, más cuidadosa de todos, con gobiernos cabales, que potencie más la salud y el trabajo, la ciencia y la educación, no sólo la enseñanza, y el desarrollo de las virtudes sociales básicas.

Hoy por hoy, nuestro sistema social, y nosotros mismos, hemos hecho depender casi todo ello de la calidad de los gobernantes. ¿Qué podemos esperar de ellos?

De este modo, recordamos el verso del Cantar de Mío Cid: "¡Qué buen vassallo, si oviesse buen sennor!": en general, ¡qué buenos ciudadanos, qué bien responden, qué buena disposición tienen, cuánto de bueno se podría obtener de ellos... si tuvieran "buen sennor"! ¿Reconocen ustedes al "sennor"? Sin embargo, no cabe duda de que depende en gran parte de nosotros, de nuestra propia implicación y compromiso, pues en nosotros, al fin y al cabo, recae el peso de la democracia, para exigir y garantizar el bien y las virtudes ciudadanas para todos y para poder prevenir algunos desastres, naturales (conciencia ecológica), sociales (salud, trabajo, educación, justicia) o políticos (participación y elecciones). Si somos responsables, nosotros mismos posibilitaremos que nuestro "sennor"sea bueno.

 

PRESENTADO AL HERALDO 6 OCTUBRE 2020

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