Escribo
estas líneas para no verme sorprendido, y sin ponerme de ejemplo, que no lo
soy, por el reproche del bien
leído B. Brecht y, junto a F. Savater, invito a los lectores a no
desentenderse, a ser felices participando en la vida pública, que es de todos.
Tenemos
aforismos para todos los gustos pero para la ocasión de estas líneas pueden ir
bien, por ejemplo, “quien siembra vientos, recoge tempestades” o “de aquellos
polvos vinieron estos lodos”. Queda muy claro que la situación general no es
buena, pese a los repuntes que dicen que se atisban. Resulta evidente que la
economía está dando un vuelco aquí y en Europa en general. Parece irrefutable
que el mal hacer, cuando no por error por corrupción, de algunos bancos,
políticos y grandes empresarios y también de personas y gremios y oficios
“normalitos”, como nosotros, son parte importante de la causa de este estado de
cosas. Ser corrupto es haber decidido un estilo de ser persona y lo mismo vale
para políticos que para ciudadanos, para millones que para céntimos, para el
que hace como para el que no hace, si bien las consecuencias son distintas en
uno o en otro extremo. El buen funcionamiento del país y la moral personal de
crecimiento hacia un mayor humanismo requieren la supresión de toda corrupción.
Es cierto: abusos de administraciones, bancos, cajas o financieras; descontrol
y desbarajuste en el sistema sanitario y educativo, (que deberían mimarse y jamás
dejarse estropear); problemas de convivencia, (en familias y en la sociedad);
rescates a quienes han sido la causa de los problemas; exigencia de una inútil
y enervante burocracia y muchas veces abandono de pequeñas empresas que han
querido mantener, pero por ello no han podido, su oferta de empleo; lentitud y
desigualdad en la administración de la justicia; intentos de desestabilizar la
unidad; y tantas otras cosas.
Todo
esto ha creado un gran alboroto, desconfianza, enfrentamiento. Pero la culpa,
si se quiere, la responsabilidad, ¿es de los otros o también nuestra por
nuestra ceguera, por nuestra tolerancia, por nuestra connivencia, por no tener
las ideas claras, por nuestra incapacidad de reacción? Como no iba con nosotros
directamente lo dejamos pasar, pero ahora…
¿Cómo
es posible que los partidos políticos aún estén a la greña por sus siglas, (y
sus sillones), y no sean capaces de aunarse por el bien de los ciudadanos y
para sacar adelante el país?
¿Cómo
es posible que la transparencia en actos, en gastos y en objetivos aún no sea
un estilo de vida personal y político normal y exigible?
¿Cómo
es posible que surjan nuevos partidos con tonos viscerales, rabiosos, en vez de
mostrarse constructivos? ¿Dónde quedó aquello de “¡programa, programa,
programa!”?. ¿Dónde están los programas realistas, juiciosos, bien medidos y su
cumplimiento? Pero parece que hay algunos conciudadanos que se lanzan ciegos
con una fe inquebrantable en manos de algunos líderes que no ofrecen nada sino
descontento, rabia, encono, emociones y palabras y aún éstas de destrucción de
un sistema democrático que, con lagunas, es sin duda el más humanizador. Sabiendo
sus ideas básicas y quién está detrás y lo que pretenden y cómo quieren imponer
sus ideales destruyendo los de los demás, es una locura echarse en sus manos porque
al final perdemos todos, (menos ellos!). Y, si además sabemos de algunas de sus
acciones pasadas y recientes, (no hará falta recordar el viejo chiste que
termina con un “ojo, que bicicletas tenemos!”), pues todavía peor.
¿Cómo
es posible que queramos castigar a los partidos consolidados, por sus errores,
sin exigir a los emergentes limpieza, honradez, veracidad, (si se dejan,
claro!, condición indispensable), y no sólo un conjunto de caras nuevas, aunque
necesarias?
¿Cómo
es posible que no sepamos reconocer que ver sólo lo negativo, que lo hay,
y no ver lo positivo, que lo hay
en mayor medida, es inmadurez o interés de manipular?
¿Cómo
es posible que hayamos estado tan ciegos, o tan cómplices, (descartando las
equivocaciones confesadas, arrepentidas y enmendadas), con la corrupción e
incompetencia?
¿Cómo
es posible, ante esto, que los partidos políticos consolidados, (Congreso de
los Diputados y Cámaras autonómicas), no dan un giro de timón, (Kant diría un
giro copernicano), al sistema democrático, que es lo mejor que tenemos ahora,
ciertamente como un ideal no terminado pero para ir desarrollándolo hacia sus
máximos y como norma de evaluación de lo que hacemos, (reflejo de la
Constitución), y lo hagan más justo y operativo?
¿Cómo
es posible que no nos demos cuenta de que lo sensato para la dignidad de las
personas es igualar a todos elevando su nivel cultural, social, económico y
espiritual en vez de buscar la igualdad por abajo, destruyendo todo?
¿Cómo
es posible?
Porque,
a pesar de los males descritos anteriormente, podríamos citar tantos más bienes
que han fundado nuestro bienestar hasta hoy incluso en los mismos terrenos en
los que hemos señalado problemas. Hay instituciones y profesionales en todos
los campos que son ejemplo de honradez y de moralidad en el cumplimiento de sus
tareas.
Si
estas líneas han sido necesariamente críticas para provocar la reflexión, estos
profesionales y los sectores de la sociedad que funcionan bien son el
contrapeso de la balanza y el estímulo para que nuestra respuesta sea positiva.
Estamos
en una coyuntura complicada que nos exige volcarnos en una tarea constructiva,
regenerativa, pero aún a tiempo para dar un paso adelante en la defensa y en el
desarrollo de nuestra democracia.
Juan
Luis Ríos Mitchell
Zaragoza
24 de marzo de 2015, (publicado en Heraldo de Aragón, 29 de marzo).