PROGRESISMO,
o la manipulación del
lenguaje
Estamos
en la cuestión de los pactos entre partidos. Pero que algunos partidos se
llamen a si mismos progresistas tiene su gracia por lo que dice el diccionario
de Sinónimos, (Espasa), al ofrecer un sinónimo de progresismo que es DEMAGOGIA y luego otro que es LIBERALISMO. Que sean demagogos resulta
evidente en muchas de sus intervenciones públicas, cuando presentan verdades a
medias, proyectos a medias, acusaciones a medias, o mentiras o se callan
informaciones que les perjudican, etc., con la intención de manipular. Y que sean liberales, nunca los partidos
marxistas, comunistas, chavistas, proiraníes o anarquistas lo son. Tampoco es
que ser liberal sea una maravilla, porque el liberalismo si no se entiende como
dar libertad en la tolerancia y el respeto y si por el contrario es el que sostiene
al capitalismo radical suele llevar al “sálvese quien pueda” y dejar colgados a
los más necesitados. Para pensarlo. ¿Por dónde vendrá esa esperada tercera vía
entre el capitalismo y el comunismo?
También
podríamos decir que progresismo es buscar el progreso. En el diccionario
indicado, se dan como sinónimos de progreso el
ACRECENTAMIENTO, el DESARROLLO, la MEJORA, el PERFECCIONAMIENTO, la
CIVILIZACIÓN, la CULTURA, por citar sólo algunos. Esto parece coincidir con
lo que algunos diccionarios de filosofía nos dicen, por citar uno: “Movimiento
de lo inferior a lo superior”, (M. Müller y A. Halder), cosa que hemos dicho en
alguna otra ocasión, que la mejor tendencia es crecer por arriba más que
igualar por abajo. Progresar debe ser algo humanamente enriquecedor. Pero esto
ya es entrar en un juicio de valor, en un juicio ético: desarrollo, mejora,
perfeccionamiento, cultura, etc., parecen hacer referencia a progreso humano, espiritual, moral o
social, ya iniciado en la Ilustración, (s. XVIII), cuando se pensó que el
progreso debía suponer una liberación del hombre, (Condorcet). Desde aquí, el
punto de partida es la liberación, libertad frente a cualquier despotismo,
sociopolítico o religioso, que hunde, que impide el perfeccionamiento, que
arrasa la cultura. De hecho la RAE dice de un partido progresista que es aquel
cuyo afán es el más rápido desenvolvimiento de las libertades públicas. Pero,
recordemos, siempre con la razón como guía, (seguimos con la Ilustración, pero
quizá no ya con la “Diosa Razón” sino con la razón sensible a las necesidades
humanas, a la dignidad humana).
Una
tercera interpretación es la de los piensan que ser progresista es ser de
izquierdas. Pero, ¿qué es ser de izquierdas? Lo son los que quieren modificar
el sistema político imperante, con mayor o menor rapidez. No entramos ni en los
motivos ni en las fuentes. Pero, entonces, cualquiera que desee un cambio,
aunque fuese para progresar, sería izquierdista.
Porque
hay dos tipos de progreso: el científico, tecnológico, necesario para
adaptarnos mejor al medio y sobrevivir mejor, sobre el que nadie duda de su
éxito, con avances en el conocimiento del mundo en el que vivimos, en las
comunicaciones, en la medicina, etc. Se sospechaba que este progreso iba a
traer automáticamente el progreso social, el crecimiento humano, la educación,
la cultura, la satisfacción de las necesidades de los más necesitados. Pero no
parece ser así. El avance tecnológico y económico cambia algo de la sociedad,
pero no todo y no lo fundamental. La pretendida sociedad del bienestar nunca lo
será si no potencia, también, la sensibilidad social, la justicia, el
desarrollo espiritual y moral y el conocimiento. Ya desde Rousseau, (en su
discurso a la Academia), se hace dudoso que el progreso espiritual, moral, la
felicidad, la paz, la educación de la gente vaya a la par que el desarrollo tecnológico. Ni entonces ni ahora, cuando muchas opiniones coinciden. Por
ejemplo, dice H. Marcuse, “la intensificación del progreso parece estar ligada
con la intensificación de la falta de libertad”, y M. Onfray, “allí donde la
técnica permite un progreso material, a menudo anuncia una regresión moral”, y V.
Gómez Pin, cuando se le pregunta: “¿Pero la tecnología no nos iba a liberar de
todas nuestras miserias?”, responde: “No puede hacerlo si no está al servicio de
la ciencia y la ciencia, al servicio del hombre”, y E. Morin, “el progreso es,
por tanto, uno de los rostros, y un rostro incierto, del devenir. Llama la
atención que, sobre la ruina de la providencia divina, la humanidad laica, la
filosofía de la Ilustración, la ideología de la razón, hayan podido hipostasiar
y reificar la idea de progreso como Ley y Necesidad de la historia humana” y,
por fin, algunos documentos vaticanos: “Los resultados de la ciencia y de la
técnica son, en sí mismos, positivos”… son… “un valioso instrumento para
resolver graves problemas, comenzando por el hambre y la enfermedad”… pero…
“este potencial no es neutral: puede ser usado tanto para el progreso del
hombre como para su degradación”. Parece ser que, a pesar de tanto progreso, no
vivimos en una sociedad mejor y, además, la distancia entre pobres y ricos,
entre países desarrollados y países en vías de desarrollo se va ampliando.
Es
por eso que J. Wagensberg dice: “A diferencia del político, el biólogo procura
hoy no pronunciar la palabra progreso. Y si a alguno se le escapa, sus colegas
más cercanos torcerán el gesto con fastidio, le afearán el desliz y le
recordarán que se trata de un falso concepto, que nunca debió de escaparse del
lenguaje común para pretender un rango científico”. Parece, pues, que sólo
hablan de progreso, o de progresismo, algunos políticos, que se llenan la boca
con el concepto. Para ellos, llamarse progresistas es lo más.
Pero
tienen que saber que si hablamos de cambio o de progreso debemos atender a la
liberación, al desarrollo y perfeccionamiento humano de todos, a la solidaridad
y que sólo podremos aceptar que se llame progresista a aquel que atiende a ese
desarrollo que no es sólo técnico sino humano, espiritual, moral, social, no
excluyente, pacífico, integrador. Es una cuestión de buena política. Cuando la
burguesía hundió al proletariado tras la revolución de febrero en París, el
anarquista Proudhon, en Confesiones de un
revolucionario, confiesa que esto se habría producido porque cuando un
gobierno se hace autoritario y en vez de administrar el país lo quiere someter,
produce una viva reacción en contra. La reacción de los que no se dejan someter.
Y la liberación y el crecimiento quedan frustrados.
Entonces,
lo normal sería que todos los partidos defendieran el progreso tal como hemos
señalado. Y, entonces, no haría falta hablar de progresismo. Y, entonces, los diferentes partidos quizá podrían
discrepar en los medios, pero tendrían los mismos fines y podrían colaborar. Porque,
aunque parezca lo contrario, estimados conciudadanos, todos los partidos dicen
que están para trabajar por los ciudadanos! ¡Qué cosas! Pues que lo demuestren,
que expongan su buen hacer en la mejora del bienestar, la salud, el trabajo, la
educación, la cultura. Exijamos gobiernos que sean garantes de la libertad y de
la justicia y que creen marcos de educación para que todos los ciudadanos puedan
entender el conocimiento, el trabajo y la sensibilidad social como signos de un
buen desarrollo humano.
Y,
entonces, surge la pregunta: ¿por qué será que los partidos no son capaces de
ponerse de acuerdo en algo? ¿De qué tienen miedo? ¿Por qué recelan y se cierran
tan agresivamente unos frente a otros? ¿Lo razonable, (razón sensible), no
sería buscar con sentido común “cuatro” puntos de coincidencia, (educación,
trabajo, sanidad, desarrollo, por ejemplo, u otros, porque sabemos que el
gobierno de un país debe atender otras muchas cuestiones), en esos puntos fijar
los mínimos razonables, bloquear las divergencias y pactar un acuerdo que sería
bueno para los ciudadanos?
Busquemos
a los que quieren mejorar nuestra propia cultura, imperfecta pero muy valiosa,
los que buscan hacer progresar, como decíamos al principio, de lo inferior a lo
superior, a todos los ciudadanos. Y que los partidos, unos y otros, todos, se
enteren de la necesidad vital en nuestra sociedad de hoy de un progreso real,
lejos de demagogias y de mentiras y de corrupciones y de corruptelas. Y que quede claro que lo primero es lo primero: una vida
digna, poder vivir, según derecho y con deberes y luego el resto de
consideraciones. Si la Ilustración nos decía que el progreso es liberar
de toda cadena, J. Gomá nos habla de la importancia, una vez que más o menos
tenemos algo de libertad, de ser libres juntos en una armoniosa (y creativa) convivencia.
Juan Luis Ríos Mitchell
Heraldo 28 de marzo de 2016 con
el título “La manipulación del lenguaje” y abreviado.